Las Pericas, según Havanafama
Habey Hechavarría Prado
La semana pasada, con la presentación de la obra Las Pericas, bajo la concepción de Juan Roca y su compañía Havanafama, los predios de la agrupación teatral ArtSpoken Performing Arts Center devolvieron a nuestra cartelera, al menos por un día y antes de partir hacia New York, una de las mejores propuestas artísticas del teatro miamense durante el año 2014.
Seguramente el remozamiento general y la adaptación al nuevo espacio terminaron por reforzar los encantos de la pieza cruel, absurda y expresionista que concibió el dramaturgo cubano Nelson Dorr en su primerísima juventud, hace más de 50 años. Como recurso medular de la representación, valga distinguir la ejecución eficaz de un antiguo mecanismo válido para las dramaturgias escrita, escénica y cinematográfica. Un suspense bien llevado de principio a fin nos recuerda que el mejor relato es poca cosa sin una buena narración. Ese juego entre el enunciado y la enunciación, en realidad, constituye el principio de calidad y extraña belleza de la escenificación. El resultado es un discurso esperpéntico, sazonado por la estrategia kitsch y la fragmentación narrativa que se integran en un único empeño épico, de humor negro e increíblemente lírico, a pesar de la intención antiestética de su factura.
Pues al enfocarse en seres desechables, típicos marginados en la llamada “cultura del descarte”, como las viejas hermanas de la obra que, no obstante, activan sus propias zonas para la humillación y el desprecio mutuos, estos personajes, que podrían presumirse deleznables, adquieren una connotación simbólica. De igual modo, los materiales y elementos de la ambientación -que ayudaron a prescindir de la escenografía-, y los del vestuario indican la basura que inunda el espacio y cubre el cuerpo de los actores. Pedazos de papel periódico atiborrado de publicidad saturan la pared de fondo y el suelo, mientras los trajes, hechos con bolsas de plástico muy parecidas a las que recogen nuestras compras de supermercado y nuestros desechos, incluyen chapas, trozos de lata, tapas de pomos y otros objetos indescifrables que arrojamos aun cuando todavía no hemos consumido sus contenidos. Sin embargo, el resultado visual ejerce una coherente e incómoda seducción, equivalente a la perversidad y fragilidad de los personajes que David Ponce, Izzy Martínez, Isaniel Rojas y Alejandro Gil defendieron con sagacidad, buen gusto y balance interpretativo.
El espesor dramatúrgico de esta visualidad al completo servicio del argumento, más el ritmo, la música, la coreografía, la gestualidad estilizada y los constantes desplazamientos fraguan una imagen, cuya sencillez y hondura rebozan excelencia. Dentro de ese ordenamiento destaca la intrepidez específica del diseño de maquillaje concebido por Adela Prado que expresa la naturaleza deforme y compulsiva de personajes que son humanos, clowns y pájaros a un tiempo. El nivel de elaboración intelectual del diseño integral demuestra la altura profesional que, de cuando en vez, alcanza el teatro hispano de la ciudad.
Pero lo que más impactó a este cronista fue la idea central sutilmente hilvanada en torno a la trivialidad del mal, incluso en franca coincidencia con el pensamiento de Hanna Arendt. Esta filósofa judía alemana conjeturaba su reflexión no a partir de los campos nazis de exterminio sino de la simple maldad cotidiana, eventos casi imperceptibles que pasan por normales hasta que promueven las peores pesadillas. Este planteamiento poderoso parece anidar en la presente lectura de Las Pericas. Cuando el maltrato hacia los discriminados, los excluidos o los más débiles se funde con díscolos propósitos entre las brumas del terror, el crimen y todo lo peor de la condición humana carecen de momento fijo para aflorar con un ímpetu horrible.
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