Las Monjas: ¡Una puesta de impacto! por Julie De Grandy
Oscar Wilde dijo que el teatro es la mayor de todas las disciplinas del arte. No siempre nos toca ver una obra que le aporte credibilidad a dicha premisa, sin embargo hay ocasiones en que presenciamos un espectáculo tan impactante que comprendemos lo que quiso decir Wilde. Me sucedió viendo “Las monjas” de Eduardo Manet en el montaje de Havanafama dentro del TEMFest 2011.
La soberbia ambientación escenográfica de Alejandro Galindo nos adentra en un lúgubre sótano, donde se percibe la decadencia remarcada por muebles dilapidados, esperma derramada de velas consumidas, objetos religiosos, sacos de yute, paja por el suelo, cadenas que cuelgan del techo y hasta una calavera. Dentro de aquel macabro recinto, tres monjas encarnadas por hombres – como pide el autor – conviven en un encierro voluntario a la espera de la llegada de la Señora, instrumento que les permitirá perpetrar la huída de su macabro encierro. Las monjas visten tocas y faltas negras con cascada de vuelos, abiertas al frente, dejando el torso desnudo y las piernas visibles. De la misma manera que su alegórica vestimenta es la antítesis de un hábito, así pues su comportamiento es la antítesis del comportamiento monacal. Lejos de castidad, manifiestan lujuria, lejos de obediencia se manifiesta rebeldía, lejos de pureza domina la sordidez. Se podría decir que las cubre un invisible manto tejido con los hilos de los siete pecados capitales.
Y de pronto llega ella, la Señora, deslizándose airosa escalera abajo arrastrando su elegante capa de terciopelo color vino, coronada con capucha. Su lánguida figura ataviada por con un exquisito vestido que bien podría haber pertenecido a Josefina Bonaparte, es el prototipo de la femineidad, la inocencia y la dulzura; un refrescante contraste con la pesadumbre del entorno. Representado con exquisita precisión por Vivian Morales, la Señora parece exudar un aroma a feromonas que despierta la libido de las monjas, quienes se deleitaran con su sensual cuerpo a través de la obra, llegando a sórdidos extremos.
Isaniel Rojas encarna a la madre superiora, el cerebro maquiavélico que gesta el ardid. Su presencia dominante y autoritaria dota a la pieza de una enorme fuerza dramática. Es una actuación llena de matices y rica plasticidad por quien se ha convertido en uno de los primeros actores de la escena de Miami. Renato Campilongo es Sor Ángela, la ejecutora de los designios de la madre superiora y el personaje antagónico de la pieza. Con nerviosismo e intranquilidad va presagiando el fatalismo durante el avance de la obra. Campilongo es un actor genérico con una notable capacidad de desdoblamiento y un hábil manejo de la escena. Ernest Jam es Sor Inés, la servil monja sordomuda, que por momentos parece más un animalito apaleado que un ser humano. Hay un enorme lirismo en su desvalida figura y una intrínseca dulzura en su patética sumisión. Ernest nos brinda una actuación increíblemente honesta y precisa en éste su primer papel de envergadura.
La obra transcurre en 1804, durante la rebelión de los esclavos en Haití. Dicha revolución comienza con el levantamiento de esclavos hacia los grandes blancos en busca de su libertad.
Esta renombrada obra de la pluma de escritor cubano - residente en París - Eduardo Manet, fue ganadora del prestigioso premio teatral Lugné-Poë. Se estrenó en París en 1969 y seguidamente triunfó en los escenarios más importantes de Europa donde el candente ambiente socio-político de los años 60 la convirtió en favorita de los grandes directores avant-garde de la época. Dado a su carácter surrealista y a sus múltiples elementos simbólicos, esta pieza se presta para variadas interpretaciones y críticas hacia la represión y el hostigamiento, tanto de parte de la poderosa Iglesia Católica como de regímenes totalitarios. Es una obra que mantiene su actualidad por ser un llamado a la reflexión hacia la discriminación, la desigualdad y la libertad.
El trabajo de Juan Roca en la dirección de "Las monjas" es impecable. No sólo hizo brotar lo mejor del talento de sus actores, sino que le dio una dimensión al texto y a los simbolismos de la obra que resultan fascinantes. Nos lleva a habitar ese sótano y a sentir en carne propia la claustrofobia y la creciente angustia a ritmo de los tambores vudú. Por momentos, su montaje es una intensa ceremonia sensorial y en otros un arriesgado paseo al filo de la navaja de un sórdido erotismo. Mis felicitaciones a Juan Roca, al valioso aporte de su asistente de dirección Valentín Alvarez-Campos, al maquillaje de Adela Prado y los peinados de Alejandro Galindo que colaboraron para hacer de “Las monjas” una arrolladora mise-en-scène
Tuve la impresión de haber respirado profundo al comienzo de la obra y no haber exhalado hasta el saludo final. ¡Esto es bueno teatro donde los haya! Una presentación digna de cualquier escenario del mundo.
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